Espacio dedicado para el estudio de la regla conga 🪘 rama mayombe cerrado y a distintas ramas o culturas tradicionales africanas, hispanoamericanas y medio oriente.
sábado, 28 de junio de 2025
miércoles, 25 de junio de 2025
Pueblo Lemba Bantu Historia Secreta
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En la ruta de Sena: la historia secreta del pueblo Lemba
Por Tata Moshe Mano Izquierda Nsuku Ya Nkama
En lo profundo de las sabanas del sur de África, donde el polvo se funde con la memoria y los árboles de baobab custodian el tiempo, habita una nación que guarda un secreto milenario. Son los Lemba, un pueblo bantú cuyo pasado no solo se halla en las montañas de Zimbabue o en los valles de Limpopo, sino también en las arenas sagradas del antiguo Yemen. Su historia no es solo migración: es religión. Su identidad, no solo cultura: es un linaje espiritual que atraviesa continentes y siglos.
Los Lemba se definen por una convicción ancestral: descienden de sacerdotes y comerciantes semitas que salieron de un lugar llamado “Sena”, probablemente la ciudad de Sana’a, y cruzaron el mar hacia África oriental hace más de mil años. No llegaron como conquistadores, sino como portadores de un fuego sagrado. Lo que transportaban no eran ejércitos, sino leyes; no riquezas, sino una religión que, aunque distinta de la de sus vecinos africanos, ha resistido al paso del tiempo como un pacto secreto entre generaciones.
En el corazón de su religión está el culto a Nwali, una deidad invisible, suprema, indivisible. No es un dios africano más. Nwali no tiene imagen ni ídolos, no vive en bosques ni montañas, no se representa ni se encarna en animales. Nwali es eterno, justo, creador, omnipresente. El concepto mismo de este dios invisible los distingue radicalmente de los pueblos animistas o politeístas del entorno. Para los Lemba, Dios es uno, y su naturaleza recuerda al El-Shaddai hebreo o al Allah islámico. Es un monoteísmo arraigado no en la teología escrita, sino en la costumbre viva.
Desde la infancia, los Lemba aprenden que su pueblo fue elegido para custodiar ese conocimiento sagrado. Y lo hacen a través de una estructura religiosa férrea, transmitida de boca en boca. Solo ciertos clanes —en especial el clan Buba, considerado de linaje sacerdotal— tienen permitido realizar ciertos ritos, tocar objetos sagrados o dirigir sacrificios. La práctica de la circuncisión es central, realizada con gran solemnidad al octavo día o durante la adolescencia, en ceremonias que marcan la entrada a la vida adulta y la aceptación del pacto ancestral con Nwali.
Uno de los elementos más llamativos de su sistema religioso es el estricto código alimentario. Al igual que los antiguos israelitas, los Lemba tienen prohibido consumir carne de cerdo, sangre, animales no sacrificados correctamente o pescados sin escamas. Estos tabúes no son simbólicos: son sagrados. Se castiga su violación con penas que pueden llegar a la expulsión de la comunidad. Su sistema de pureza ritual, especialmente en torno a la alimentación, la sexualidad y el contacto con la sangre o la muerte, recuerda sorprendentemente al del Levítico bíblico.
Pero el símbolo más poderoso de su fe es el Ngoma Lungundu, el “tambor que truena”. Más que un instrumento, es una reliquia de poder divino. Según la tradición, el Ngoma es una réplica del Arca de la Alianza, traída por sus antepasados desde Sena y escondida en cuevas hasta tiempos recientes. Solo los sacerdotes del clan Buba podían tocarla. Su sola presencia era temida. Se decía que quien la tocara sin estar limpio espiritualmente moría en el acto. Se usaba en las guerras para asegurar la victoria, y su desaparición fue vista como un castigo divino por la corrupción del pueblo.
El profesor Tudor Parfitt, tras una búsqueda de años, encontró una versión del Ngoma Lungundu en una cueva en Zimbabue y luego en un museo en Harare. Estudios de carbono dataron el artefacto del siglo XIV, y su forma, modo de uso y simbolismo lo relacionan estrechamente con las descripciones bíblicas del Arca.
Pero ¿cómo saber si realmente son descendientes de israelitas? La ciencia, una vez escéptica, hoy comienza a dar respuestas afirmativas. Estudios genéticos del cromosoma Y en varones Lemba, especialmente en el clan Buba, mostraron una frecuencia anómala del haplogrupo J, el mismo que se encuentra en poblaciones judías y árabes. Aún más significativo, una alta proporción portaba el haplotipo modal Cohen, marcador genético específico del linaje de los sacerdotes judíos (cohanim), descendientes directos de Aarón.
Este descubrimiento no fue solo un dato para los científicos. Para los Lemba, fue la validación biológica de algo que sabían desde siempre. No solo están ligados espiritualmente al Dios de Israel. Son parte de su linaje sacerdotal.
A pesar de ello, la mayoría de los Lemba hoy se encuentran en una tensión entre lo ancestral y lo moderno. Muchos profesan el cristianismo o el islam, producto de siglos de evangelización e islamización en África. Pero aún dentro de esas religiones, mantienen prácticas rituales propias. La minoría más conservadora, que no supera los 2 000 miembros, vive un renacer de su religión original: sin sinagogas, sin Torah escrita, sin rabinos, pero con un sentido de sacralidad vivido con intensidad, como una ley tatuada en el alma.
“Para nosotros, la religión no es doctrina. Es cultura. Es herencia. Es obediencia a los ancestros y a Nwali”, me dijo en entrevista un anciano del clan Buba, en un pueblo al norte de Limpopo. “No tenemos libros, pero tenemos memoria. No necesitamos templos, porque nuestro cuerpo es templo.”
Esa es, tal vez, la lección más profunda del pueblo Lemba. En un mundo donde las religiones muchas veces se transforman en burocracias y dogmas, los Lemba viven la fe como acto de pertenencia, como identidad de sangre, como resistencia cultural. Su religión no busca conquistar. Busca recordar. No quiere imponer. Quiere preservar.
viernes, 20 de junio de 2025
Ifẹ́ no ha caído: resistencia, trascendencia y presencia viva del pueblo yoruba
Ifẹ́ no ha caído: resistencia, trascendencia y presencia viva del pueblo yoruba
Por Tata Moshe, Mano Izquierda
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Introducción
El pueblo yoruba no es una minoría africana desplazada por el curso violento de la historia. Es una civilización con estructura espiritual, memoria ritual y sistema de pensamiento propio. Desde los centros sagrados de Ifẹ́ y Ọyọ́ hasta los altares de Salvador de Bahía, La Habana y Veracruz, la nación yoruba ha sabido sostener su identidad no como una reliquia etnográfica, sino como un cuerpo vivo que atraviesa el tiempo con conciencia de sí.
Este ensayo es un acto de afirmación. La historia del pueblo yoruba no puede seguir narrándose como la historia de lo perdido. Es la historia de lo dispersado que no se disolvió, de lo violentado que no fue vencido. Es la historia de una civilización que ha resistido a la esclavización, al cristianismo impuesto, al colonialismo europeo y a la modernidad homogeneizante, y que hoy sigue hablándole al mundo desde su propio centro espiritual: el Àṣẹ.
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Cosmología yoruba: pensamiento y estructura
En la cosmovisión yoruba no hay separación entre lo visible y lo invisible. El mundo no está dividido entre materia y espíritu, sino sostenido por relaciones vivas entre niveles distintos de existencia. En la cima se encuentra Olódùmarè, el principio supremo, impersonal e inaccesible, cuya voluntad se manifiesta a través del Àṣẹ: fuerza vital que atraviesa todos los planos del cosmos.
Los Òrìṣàs no son dioses en el sentido occidental, sino energías diferenciadas que median entre el ser humano y el orden universal. Representan arquetipos, funciones cósmicas y caminos del destino. Cada Òrìṣà tiene su historia, su elemento, su canto, su danza, su sacrificio. A través del Ifá —sistema de adivinación y sabiduría— el pueblo yoruba se comunica con esas fuerzas, lee los signos del tiempo y ordena su vida en consecuencia.
Esta cosmología no es simplemente espiritual: es política, estética, ética. No es una superstición a la que se acude en la desesperación, sino un sistema riguroso que forma linajes sacerdotales, organiza el calendario ritual y modela el lenguaje cotidiano. La palabra no es ornamentación: es acción. Quien habla con Àṣẹ transforma el mundo.
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De la captura al altar: la diáspora como continuidad
La trata esclavista transatlántica dispersó a millones de africanos por el Caribe, América del Sur y del Norte. Entre ellos, una gran cantidad eran yoruba, aunque en las plantaciones se les redujera a etiquetas como “nagô” o “lucumí”. Pero la identidad no desapareció con el cambio de nombre. La espiritualidad yoruba no fue derrotada: se camufló, se rearticuló, se defendió desde el silencio y la máscara.
En Cuba, los Òrìṣàs fueron cubiertos con imágenes de santos católicos. Changó con Santa Bárbara. Ochún con la Virgen de la Caridad del Cobre. Obatalá con la Virgen de las Mercedes. Pero la estructura interna del rito se conservó. La Santería no es un simple sincretismo: es una estrategia de resistencia espiritual. La lengua litúrgica, los rezos, los tambores, los tronos, las iniciaciones: todo habla de una continuidad.
En Brasil, el proceso fue distinto pero no menos profundo. El Candomblé se convirtió en un sistema institucionalizado de preservación yoruba. Los terreiros se transformaron en espacios de poder, cuidado y transmisión. Allí, el nombre del Òrìṣà no fue ocultado: fue invocado en voz alta. La lengua ritual se mantuvo activa. Las madres de santo, iyalorixás, no fueron auxiliares: fueron cabezas, autoridades legítimas dentro y fuera del templo.
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Veracruz: territorio de memoria encubierta
En México, y en particular en la región de Veracruz, la presencia yoruba fue menos numerosa pero no por ello menos significativa. A través del comercio esclavista entre La Habana, Cartagena y Veracruz, llegaron africanos de diversas naciones, entre ellos muchos de origen yoruba. Su rastro quedó registrado en nombres, músicas, rituales y formas de medicina tradicional que aún perduran en el sotavento.
Aunque en Veracruz no se desarrollaron estructuras rituales tan visibles como en Cuba o Brasil, la memoria yoruba persistió en las prácticas de curandería, en las celebraciones sincréticas como la de San Benito, en los toques de tambor y en las narrativas orales transmitidas en comunidades negras e indígenas. Hoy, nuevas generaciones de afroveracruzanos están redescubriendo esa herencia, no como símbolo decorativo, sino como raíz.
La africanidad veracruzana no es una invención tardía: es una historia encubierta, que durante siglos sobrevivió en los márgenes, en los patios, en las abuelas que sabían curar con la palabra y con el humo. El reconocimiento contemporáneo de la herencia yoruba en México es también un acto de justicia espiritual.
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Trascendencia, no folclore
El mayor error de la academia occidental ha sido reducir al pueblo yoruba a objeto de estudio. Clasificarlo como “grupo étnico”, “religión animista” o “expresión sincrética” es no entender que se trata de una civilización en pleno ejercicio de su soberanía espiritual. El pueblo yoruba no ha vivido de la nostalgia: ha vivido de la reactivación constante de sus principios.
El Àṣẹ no es una teoría: es una fuerza que sigue moviendo cuerpos, palabras, decisiones, comunidades enteras. La diáspora yoruba ha producido no solo resistencia cultural, sino también pensamiento, estética, política. Fela Kuti no fue solo músico: fue heredero consciente de una visión del mundo. Cada santero, cada babaláwo, cada iyalorixá que actúa con conciencia está sosteniendo un universo que no se ha quebrado.
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Conclusión
Ifẹ́ no ha caído porque nunca dependió del territorio para existir. Ifẹ́ está donde se invoca con claridad. Donde un Òrìṣà es alimentado con canto, donde el Àṣẹ se respeta en la palabra, donde el rito se cumple no como espectáculo sino como necesidad del alma. El pueblo yoruba no fue vencido. Fue llevado a otros suelos para expandir una visión profunda de lo humano.
Hoy, en medio de la globalización, del racismo estructural y de los intentos por neutralizar lo espiritual, el legado yoruba se mantiene activo, dinámico, real. No necesita ser rescatado: necesita ser escuchado.
Y mientras quede uno que sepa su nombre verdadero, el pueblo yoruba seguirá de pie.
Reino Congo, Historia y Religión.
Kongo dya Ntotila: El Reino del Espíritu y la Ciencia Sagrada de África Central
Introducción
Hablar del Reino del Kongo es adentrarse en una civilización que no sólo brilló en términos geopolíticos y culturales, sino que tejió una cosmovisión espiritual de profundidad inigualable. Este ensayo busca mostrar la grandeza del Kongo como eje espiritual del continente africano, una nación cuya religiosidad ancestral —el Bukongo— no sólo fue religión, sino ciencia mística, sistema filosófico, código ético y teología encarnada. Esta obra no es un estudio histórico convencional, sino una reflexión elevada desde las raíces de la espiritualidad africana.
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I. Nsambie Tulendo y Nzambici: La Dualidad de lo Absoluto
En el pensamiento espiritual Kongo, la creación emana de una inteligencia originaria dual: Nsambie Tulendo, fuerza activa, invisible, inconmensurable, y Nzambici, su contraparte fecunda, gestadora de las formas visibles. Ambos no se contraponen, sino que se entrelazan en una danza cósmica que refleja el orden universal.
Esta dualidad no representa lucha, sino equilibrio. Así como el sol y la luna rigen los ritmos de la vida, Nsambie Tulendo y Nzambici rigen la arquitectura oculta del cosmos. El Kalûnga, línea de cruce entre mundos, manifiesta su aliento.
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II. Bukongo: Una Teología Encarnada
Más que un conjunto de creencias, el Bukongo es una vía de conocimiento total: teológica, ética, medicinal, cósmica. Todo en el universo vibra en una red de interrelaciones que conecta a los vivos con los ancestros, a la tierra con las estrellas, al cuerpo con el alma.
El pueblo Kongo no concebía separación entre lo sagrado y lo cotidiano. Cada gesto, palabra y objeto podía activar dimensiones invisibles. De ahí que el saber no fuese acumulación, sino iniciación. Todo estaba animado por una fuerza vital: los árboles, los ríos, las piedras y los huesos hablaban con aquellos que sabían escuchar.
El culto a los ancestros era esencial. Los muertos no eran ausentes, sino presentes invisibles. Se les consultaba, se les honraba, y sus espíritus vivían en los altares familiares, en los sueños y en los elementos rituales.
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III. Nganga, Minkisi y Simbi: Ciencia del Espíritu y Tecnología de lo Invisible
El nganga es el iniciado que conoce los códigos de lo invisible. Es sacerdote, terapeuta, astrónomo, jurista. Su saber se concreta en los nkisi (plural de minkisi): recipientes sagrados que albergan pactos espirituales, formulados con elementos naturales como tierra, madera, conchas, huesos, sangre y plantas medicinales, y sellados con intención ritual.
Un nkisi no es una figura decorativa ni un ídolo. Es un ser espiritual contenido en un cuerpo físico. Puede proteger, sanar, castigar, profetizar. Cada nkisi tiene una personalidad, una función, una historia. Algunos son familiares, otros comunitarios. Algunos se heredan, otros se consagran por encargo espiritual.
Los simbi son espíritus del agua y de los caminos. Son intermediarios entre mundos, portadores de sabiduría ancestral y guías invisibles. Se manifiestan en fuentes, en visiones, en palabras susurradas al oído del iniciado. Son entidades vivientes que acompañan los procesos de sanación, aprendizaje y justicia.
Junto a ellos, existen también los bakulu (espíritus ancestros), los bankita (espíritus tutelares del linaje), y los bisimbi (espíritus que habitan elementos naturales). El mundo espiritual está poblado de inteligencias con las cuales se dialoga, no se domina. Toda práctica espiritual auténtica se basa en la alianza con estas fuerzas.
El nganga no actúa solo. Su poder depende de su capacidad de establecer comunicación y mantener el respeto hacia estos espíritus. Su palabra no tiene eficacia si no está respaldada por la autoridad invisible de sus ancestros y guías.
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IV. Mfinda: Santuario Natural de lo Invisible
En la tradición Kongo, el bosque no es simple entorno. Es templo. La mfinda es el espacio donde los velos entre mundos se hacen finos. Allí moran los bisimbi, espíritus tutelares, y allí se celebran los ritos de paso y las consagraciones mayores.
Toda piedra, árbol o fuente es un archivo de memoria espiritual. La tierra no es muda: habla. Y sólo quien ha sido iniciado puede escuchar su voz. La mfinda es también el lugar donde se entierra el conocimiento, donde se guardan los secretos, y donde se manifiestan los nkisi más antiguos. Muchos de estos no pueden ser movidos ni tocados: tienen voluntad propia.
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V. Cristianismo y Colonización Espiritual: Cruz, Fuego y Conversión Forzada
Con la llegada de los europeos al Reino del Kongo en 1483, el cristianismo no se introdujo como un diálogo espiritual, sino como parte de un proyecto imperialista y civilizatorio. Bajo la bandera de la cruz, misioneros y soldados actuaron como una sola fuerza, imponiendo la conversión mediante violencia, manipulación y destrucción cultural.
Las conversiones no fueron espontáneas. Fueron el resultado de presiones políticas, promesas de alianza y amenazas militares. En nombre de Cristo se destruyeron altares ancestrales, se demonizaron los nkisi, se prohibieron lenguas y rituales. Muchos nganga fueron perseguidos, ejecutados o forzados a convertirse.
El caso de Kimpa Vita es paradigmático. Esta profetisa visionaria reinterpretó el cristianismo desde la matriz espiritual Kongo. Proclamó la santidad africana, la unidad del pueblo y la encarnación de San Antonio en África. Por ello fue condenada y quemada viva por autoridades religiosas al servicio del régimen colonial.
La cruz se transformó en látigo. El bautismo, en herramienta de borrado espiritual. Y lo que pudo ser un intercambio místico, se convirtió en una guerra contra el alma del Kongo.
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VI. Bundu dia Kongo: Espiritualidad en Resistencia
En el siglo XX resurge el Bundu dia Kongo, movimiento liderado por Ne Muanda Nsemi. No es un simple proyecto político, sino una mística nacionalista. El Kongo, según esta visión, no fue destruido: fue silenciado. Y su despertar exige restaurar el Bukongo como ley espiritual.
Bundu dia Kongo proclama que los ancestros aún caminan con su pueblo. Que los nkisi aún están activos. Que la restauración del Reino no será posible sin restaurar también sus pactos invisibles. En su liturgia política, cada proclama es oración. Cada símbolo, un recordatorio de los pactos con Nsambie Tulendo. El Estado moderno es considerado ilegítimo si no se alinea con la verdad cósmica del pueblo Kongo.
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VII. Kongo en la Diáspora: Memorias Dispersas del Espíritu
La caída del Reino no apagó su fuego. Lo diseminó. En el Palo Mayombe, en el hoodoo afroamericano, en el vudú haitiano, en los rezos bantú de Brasil y Cuba, el Kongo vive. Sus nkisi aún se activan. Sus simbi aún guían. Su lengua canta en secreto.
La diáspora es el cuerpo roto del Kongo. Pero también es su resurrección dispersa. Cada altar montado en nombre de los ancestros, cada tambor que resuena en lo profundo de América, es un eco del antiguo Reino. Y los descendientes que vuelven a mirar al Kalûnga, comienzan a recordar quiénes fueron y quiénes aún son.
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Conclusión: El Reino Invisible
Kongo dya Ntotila no desapareció. Se volvió invisible. Su palacio ahora está en los sueños, en los cantos, en los cuerpos. Su trono está donde se honra a los ancestros. Y su ley vive donde se respeta la vida como parte de un orden sagrado.
No hablamos sólo de historia. Hablamos de memoria espiritual activa. De una nación transdimensional cuya verdad sigue latiendo. Y cuyo despertar está en marcha.
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Redacción: Tata Moshe Mano Izquierda
Pueblo Yombe
Pueblo Yombe: Historia, Cultura y Religión
Los Yombe son un pueblo bantú del África Central, tradicionalmente asentado en la región del bajo río Congo. Habitan principalmente en el noroeste de la República Democrática del Congo, el suroeste de la República del Congo (Brazzaville), el norte de Angola y partes de Zambia. Se estima en la actualidad una población de alrededor de 2,1 millones de personas (sobre todo en RD Congo y Congo), aunque antiguos censos hablaban de unos decenas de miles en el siglo XX. Debido a su dispersión geográfica y a la influencia de los reinos vecinos, los Yombe tienen una identidad propia dentro del gran grupo étnico kongo, pero mantienen características culturales distintivas.
Historia y orígenes
Según la tradición oral y estudios etnohistóricos, los Yombe emigraron desde el sur de Gabón hacia el área del Bajo Congo antes del siglo XV. Sus antepasados formaron parte del Reino de Mayomba (siglo XVI), del cual el pueblo Yombe heredó parte de su nombre y prestigio histórico.
En los siglos XVI y XVII grupos Manyanga y Bwende llegaron a esta región y fueron absorbidos por los Yombe, enriqueciendo así su composición étnica. A fines del siglo XVII la expansión del Reino de Kongo desplazó a los Yombe hacia la ribera sur del río Congo, empujándolos a permanecer en la cuenca baja del río.
El contacto con europeos llegó de manera limitada: aunque no hubo colonización temprana, se ha encontrado artefactos portugueses en tierras yombe, prueba de intercambios desde el siglo XVI. En efecto, la presencia de estilos portugueses en figuras yombe indica cierta influencia europea moderada desde épocas tempranas. Sin embargo, las interacciones directas crecieron hasta el siglo XIX, durante la expansión colonial europea en África central.
Ubicación geográfica y modo de vida
Los Yombe viven rodeados de bosques densos y sabanas húmedas a orillas del río Congo. Su economía tradicional se basa en la agricultura de tala y quema: cultivan plátanos, yuca, maíz, frijoles, cacahuate y ñame. Estos alimentos son para consumo doméstico, con los excedentes vendidos en mercados locales. También crían cabras, cerdos y pollos, y practican la pesca con caña en el río Congo para obtener proteínas.
Artesanías: Los hombres destacan como tejedores, talladores de madera y fundidores, mientras que las mujeres elaboran cerámica (ollas) para uso diario. Estas artesanías son tanto utilitarias como objetos de prestigio.
Organización de la tierra: Tienden a vivir en aldeas dispersas de parentesco, con sistemas de siete tribus (o clanes) principales, cada uno descendiente de las hijas de un mítico patriarca llamado Mbaangala. Cada clan sigue sus propias normas y cuenta con un líder (mfumu makanda), elegido según riqueza y habilidades de oratoria. La sociedad Yombe es matrilineal, es decir, la filiación y derechos se transmiten por la línea materna. Antiguamente existía un jefe supremo común, pero hoy predominan pequeños jefes locales (uno por aldea) con autoridad religiosa y judicial.
Religión y creencias espirituales
La cosmología Yombe mezcla animismo, veneración ancestral y prácticas mágicas. Su deidad suprema es Ngoma Bunzi, que vive en un lugar inaccesible llamado Yulu, situado fuera del mundo de los mortales. Los Yombe no se comunican directamente con Ngoma Bunzi, sino por medio de espíritus intermedios:
Espíritus de la tierra (Tsi Nzambi) y espíritus del río (Simbi). Estos espíritus actúan como mensajeros entre los humanos y la deidad superior.
Antepasados: Con frecuencia se erigen altares o urnas funerarias para recordar a antepasados ilustres, en especial jefes y líderes, de quienes se cree que transmiten poderes sagrados a la comunidad. Las tumbas de los jefes suelen conservar objetos personales y ofrendas, reforzando el vínculo con el mundo espiritual.
Nkisi y curanderos (waganga): Los Yombe practican la magia mediante nkisi (figuras o paquetes sagrados). Cada nkisi contiene sustancias personales (semillas, amuletos, etc.) relacionadas con el propósito del hechizo. Los waganga (curanderos-chamanes) preparan estos nkisi y aplican remedios tradicionales. Se les consulta para curar enfermedades, otorgar buena suerte o vengar maleficios de supuestas brujas.
Drogas rituales: Tanto los waganga como los adivinos emplean plantas alucinógenas en ceremonias para facilitar la comunicación con los espíritus. Estas prácticas iniciáticas buscan visiones o mensajes del más allá.
Otros espíritus y tabúes: Además de Ngoma Bunzi, creen en espíritus locales menores (a veces llamados nkisi si) que protegen territorios o clan, y en entidades como el ndoki (brujo malvado) y el simbi (genio del agua). La medicina tradicional y la brujería coexisten con cierto cristianismo en la actualidad, pero el sincretismo ancestral sigue muy presente.
Arte, manifestaciones culturales y costumbres
La cultura material Yombe es célebre por sus esculturas y objetos rituales. Destacan:
Figuras nkisi: Talladas en madera, reforzadas con clavos, espejos y conchas. Un tipo famoso es el nkisi nkondi (“figura de uñas”) que se clava para juramentos o condena de culpables.
Estatuas de la maternidad (phemba o femba): Representan madres con hijos, símbolo del poder femenino y la fertilidad. Se emplean en rituales de fecundidad y adoración de espíritus femeninos. Estas figuras “de pie o sentadas con adornos de coral y espejos” son muy valoradas en el arte africano.
Máscaras y tambores ceremoniales: Crean máscaras rituales para las iniciaciones y tambores para festividades comunitarias. También hacen objetos ornamentales (bastones de mando, abanicos tallados) que reflejan el estatus social.
Textiles y cestería: El tejido de mimbre y la cerámica hogareña complementan sus manifestaciones artísticas cotidianas.
Las costumbres sociales incluyen ceremonias de defunción complejas: el funeral varía según la posición social y el linaje del difunto. Los patrones de matrimonio suelen favorecer alianzas externas para fortalecer vínculos entre clanes. El sistema de parentesco matrilineal pone énfasis en el hermano materno, quien tiene responsabilidades importantes en la comunidad.
Relaciones con europeos y contexto colonial
Históricamente, los Yombe mantuvieron contacto escaso con los colonizadores europeos. No obstante, a partir del siglo XVI hubo influjos portugueses en su región debido al comercio de esclavos y bienes en la cuenca del Congo. De hecho, se hallan representaciones de figuras portuguesas en el arte Yombe, señal de cierta interacción cultural temprana. Durante la época colonial (siglos XIX-XX), el territorio Yombe quedó repartido entre colonias portuguesa (Angola), belga (Zaire/actual RDC) y francesa (Congo-Brazzaville). En ese periodo los Yombe siguieron en su mayoría sus tradiciones, aunque adoptando instrumentos europeos (cristianos, herramientas de metal, etc.) con los cuales a veces entablaron alianzas o resistencias locales.
En tiempos recientes, miembros de la diáspora congoleña, incluidos los Yombe, contribuyeron a la creación de religiones sincréticas en América Latina (p.ej. cultos afrodescendientes en Cuba), aunque el núcleo de la identidad Yombe permanece en África. En resumen, las alianzas con europeos para los Yombe han sido principalmente de índole comercial y cultural, más que políticos: adoptaron tecnologías coloniales pero conservaron su estructura social autónoma (jefaturas locales).
Referencias: Esta información se basa en etnografías y estudios históricos actuales sobre el pueblo Yombe, complementados con fuentes académicas y museológicas sobre el Congo africano.
Trabajo realizado por Tata Moshe Mano Izquierda.
El Pueblo Herero,Primer Genocidio de la Era Actual.
🛡️ El Pueblo Herero: Origen, Historia y Genocidio en África del Sudoeste
Por Tata Moshe Mano Izquierda WhatsApp Escríbenos.
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Introducción
En las arenas del suroeste africano vive un pueblo cuya historia se entrelaza con la resistencia, la tragedia y la dignidad: los Herero. De origen bantú, migraron durante siglos hasta establecerse en lo que hoy es Namibia, forjando una sociedad estructurada, autónoma y profundamente adaptada a su entorno. Pero en el siglo XX, fueron víctimas de uno de los primeros genocidios documentados del mundo moderno, ejecutado por el Imperio Alemán.
Esta entrada presenta un recorrido por su historia, desde su migración ancestral hasta la persecución colonial, pasando por su organización social y su lucha por la memoria.
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Origen y Migración
Los Herero afirman que sus ancestros provienen de la región de los Grandes Lagos de África. A mediados del siglo XV, iniciaron una migración prolongada hacia el suroeste del continente. Este desplazamiento duró casi un siglo, durante el cual algunos subgrupos se separaron del tronco principal y adoptaron nuevos nombres, como los Kuvale y los Chimba en Angola, aunque conservaron vínculos culturales con el grupo original.
El grupo mayoritario continuó hacia lo que hoy es Namibia, y allí surgieron clanes como los Himba, Tjimba, Zeraua, Mahereo, Mbandero y Kambezembi. Durante esta etapa, los Herero llevaban un modo de vida cazador-recolector y seminómada, adaptándose a diversos ecosistemas.
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Integración y Transformación Cultural
Con el tiempo, los Herero interactuaron con pueblos como los Khoi Khoi, con quienes compartieron territorios y técnicas. Aprendieron de ellos métodos de organización social, incluyendo los clanes matrilineales (eandad), que integraron con su propio sistema patriarcal (oruzo). Esta combinación generó una estructura social única, basada en el linaje dual y en la solidaridad familiar.
Durante los siglos XVII al XIX, los Herero enfrentaron conflictos por el control de recursos naturales como pasturas y agua. En particular, sus enfrentamientos con los pueblos Nama en 1830 marcaron una etapa decisiva en su historia territorial.
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Organización Política
Hasta principios del siglo XIX, los Herero mantenían una estructura descentralizada: cada aldea funcionaba con autonomía bajo la dirección de un jefe local. Sin embargo, las amenazas externas, especialmente los conflictos interétnicos, impulsaron una centralización del poder.
Así surgió una jefatura unificada con sede en Okahandja, que funcionó como centro político y espiritual del pueblo herero. Esta unificación fortaleció su capacidad de respuesta colectiva ante futuros desafíos, incluyendo la llegada de los europeos.
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Colonización Alemana y Expropiación
En 1870, los Herero firmaron un acuerdo con el Imperio Británico para permitir el asentamiento en Walvis Bay. Sin embargo, fue el Imperio Alemán el que consolidó su presencia en Namibia en 1884, imponiendo una administración colonial agresiva.
Los colonos alemanes comenzaron a apropiarse ilegalmente de tierras y recursos. A través de fraudes, violencia y presiones políticas, despojaron a los Herero de su base económica, lo que desencadenó un levantamiento armado por parte de estos en 1904.
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Genocidio: El Primer Holocausto Africano
La insurrección herero fue liderada por Samuel Maharero, quien organizó la defensa de su pueblo. La respuesta del Imperio Alemán fue brutal: el general Lothar von Trotha emitió una orden de exterminio que marcó un precedente atroz en la historia moderna:
> "Todo herero, armado o desarmado, será ejecutado. No se tomarán prisioneros."
Miles de Herero fueron expulsados al desierto de Omaheke, donde murieron de sed y hambre. Se estima que entre el 75% y el 80% de la población herero fue exterminada en pocos años. De 80,000 personas en 1900, solo 16,000 sobrevivieron en 1905.
Además de las masacres, se establecieron campos de concentración, trabajos forzados, experimentación médica y esclavización. Este genocidio sirvió como ensayo ideológico y técnico para futuras prácticas nazis.
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La Represión Portuguesa en Angola (1940–1941)
Los Kuvale, rama herero establecida en Angola, también enfrentaron represión. Entre 1940 y 1941, tropas portuguesas ejecutaron una campaña de ocupación brutal: mataron a cientos de Kuvale, capturaron al 25% de la población (unas 4,000 personas) y confiscaron 90% de su ganado. Los prisioneros fueron enviados a campos en Santo Tomé y luego forzados a trabajar en haciendas coloniales.
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Diáspora y Resistencia Cultural
A lo largo del siglo XX, los Herero desplazados se establecieron en regiones de Botsuana, Angola, Sudáfrica y Namibia, donde han conservado su idioma, su vestimenta tradicional y su memoria colectiva. Cada año conmemoran el genocidio, y mantienen una demanda activa de reparación histórica ante Alemania, que ha reconocido los hechos, aunque sin una reparación plena.
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Conclusión
La historia de los Herero es la historia de un pueblo que resistió la colonización, sobrevivió a un genocidio y continúa defendiendo su identidad. Con raíces profundas en la tierra africana y una memoria viva, su lucha por justicia es también un llamado a la humanidad: recordar, reparar y respetar.
Espiritualidad y Cosmovisión Tradicional del Pueblo Boma Nku: El Nombre Sagrado de Dios
Espiritualidad y Cosmovisión Tradicional del Pueblo Boma Nku: El Nombre Sagrado de Dios
Por Tata Moshe Mano Izquierda.
Cosmología y deidad suprema
Los Boma Nku, al igual que muchos pueblos bantúes, concebían un ser supremo único que habitaba el cielo y estaba por encima de los humanos. Tradicionalmente «todos los bantúes creen en un Dios supremo» cuya naturaleza suele relacionarse con el cielo o el Sol. En esta cosmovisión el universo es eterno; no hay mito único de creación, sino que el mundo y los seres existentes siempre han estado ahí, animados por una fuerza vital universal llamada Ntu. Esta fuerza cósmica –Ntu– es vista como el principio subyacente de la realidad, la vida misma. Así, Dios (el ser supremo) no es el creador ex nihilo, sino la fuente inmanente de esa energía vital; a menudo los nombres locales para Dios contienen las partículas –ng– o –nk– propias de las lenguas bantúes (por ejemplo, en pueblos vecinos aparecen términos como Nzambi o Mulungu).
En el caso específico de los Boma Nku, el nombre correcto para Dios en su contexto lingüístico y cultural se vincula con esta tradición bantú, probablemente con raíces en términos similares a Nzambi a Mpungu ("Dios Todopoderoso"), aunque no hay registro directo en su idioma exacto, se infiere por analogía con otros pueblos del Kasai que usan términos como Bolòbò, Nyamòlo o Mwapóngò.
Organización social y poder político
El pueblo Boma Nku se organizaba en aldeas dirigidas por consejos de ancianos, y tenía un rey electo por los espíritus. Según la tradición, el rey debía ser también mago, para poder acceder al cargo de jefe principal de la comunidad, aunque no tenía autoridad para destituir a los jefes de las aldeas. Este rey boma se consideraba portador de virtudes divinas y se rodeaba de una corte real.
Dentro de la estructura social, los Ngeli constituyeron la clase dominante del reino y solo podían casarse con la élite llamada Nkumu. Los hombres libres podían casarse con la clase Nkumu, pero nunca con los Ngeli. Esta rígida jerarquía social se mantenía dentro del reino boma, el cual estuvo activamente involucrado en el tráfico de esclavos que afectó la región.
Entidades espirituales: ancestros y naturaleza
Además del Ser Supremo, en la religión Boma Nku eran centrales los espíritus de los ancestros y de la naturaleza. Los ancestros difuntos (bakulu) son vistos como espíritus invisibles que protegen a la comunidad y velan por la familia desde otro mundo. Por ello se les honra y adora a través de ceremonias familiares: «los antepasados son espíritus protectores a los que se les debe adorar por ritos y danzas».
De forma semejante, la naturaleza –bosques, ríos, montañas, el Sol o la Luna– también está animada por fuerzas espirituales. “Ningún hombre tiene esa fuerza [vital] por sí mismo: todo lo que hace, lo hace con ayuda de seres personales, espíritus de la naturaleza o antepasados”. Esto refleja que la vida humana se sitúa en un tejido de fuerzas animadas: los cazadores o agricultores realizaban rituales para apaciguar al espíritu del bosque o del río antes de adentrarse en ellos.
En grupos bantúes vecinos (como los Bomboma o Ngili en el Ubangi) se documenta un Ser Supremo bajo nombres como Bolòbò, Nyamòlo o Mwapóngò, y se distingue entre culto comunal y culto familiar (Mundo) de los ancestros. Es probable que los Boma Nku compartieran estructuras similares: un culto oficial del clan o aldea y un culto doméstico dedicado a los espíritus de la familia.
Prácticas espirituales y estructura ritual
Los rituales Boma Nku incluían ofrendas de comida, libaciones y danzas para honrar a los ancestros y apaciguar a los espíritus naturales. También celebraban ritos de pasaje, tales como circuncisión masculina, matrimonios y funerales, que reforzaban la cohesión social y religiosa. Cada familia conservaba su pequeño santuario o “casa del espíritu”, donde invocaba a sus antepasados fundadores y realizaba sacrificios simbólicos.
En la comunidad más amplia, los jefes tradicionales y los iniciados actuaban como mediadores: transmitían los mitos fundacionales y presenciaban ceremonias importantes, como la recolección de cosecha o la propiciación de la lluvia.
La antropología bantú señala que el padre y el jefe son considerados figuras sagradas; por ejemplo, entre los Boma se dijo que “un padre es como Dios” en términos de autoridad social. Esto refleja que el orden familiar se proyecta al orden cósmico: la figura paterna encarna la voluntad divina de protección y liderazgo.
Antepasados y elementos naturales
La relación con los ancestros es íntima y cotidiana: se creía que los muertos vivían en el más allá pendientes del bienestar de sus descendientes. Por ello, la familia realizaba cultos ancestrales regulares —como libaciones o sacrificios menores— para agradecer favores o pedir bendiciones. Los ancestros, aunque invisibles, eran considerados guardianes de la moral familiar y mediadores de la fertilidad.
Igualmente, la naturaleza era considerada viva, con espíritus en cada río, árbol o montaña. Animales totémicos, como leopardos o búfalos, podían ser sagrados, y fuerzas meteorológicas como la lluvia o el trueno se invocaban mediante tabúes y rituales sencillos.
De acuerdo con la concepción cosmológica africana general, toda naturaleza posee Ntu —la fuerza vital— y se debe respetar su equilibrio.
Economía tradicional e historia reciente
Históricamente, los Boma Nku fueron pioneros en el cultivo de la caña de azúcar. Durante la vigencia del reino histórico de Buma, se involucraron en el tráfico de marfil, madera y esclavos, tanto con pueblos de la costa como con europeos.
En la actualidad, la comunidad Boma Nku vive principalmente de la agricultura, la ganadería y la pesca.
El nombre de Dios en idioma Boma Nku
No existe en la literatura disponible una palabra documentada inequívocamente como “Dios” en Boma Nku pre-cristiano. Sin embargo, por analogía con otros bantúes del Kasai, probablemente usaban un nombre que incluyera la raíz ntu o ng, característica de los términos bantúes para la divinidad, similar a Nzambi o Mulungu.
En estudios de lingüística bantú se menciona que los Bomboma (Ngili) llamaban a su ser supremo con nombres como Bolòbò, Nyamòlo o Mwapóngò. Del mismo modo, pueblos kongo-kasai cercanos utilizan términos de la forma Nza-mbi, Ma-lungu, etc.
En algunos documentos históricos cristianos de la zona se registra que los recién evangelizados llamaban a Dios «Nzambi ’a Mpungu» (“Dios Todopoderoso” en kikongo) o sencillamente Nzambi. Por tanto, aunque no hay testimonio directo en Boma Nku, el consenso de fuentes lingüísticas y etnográficas sugiere que el Dios supremo se nombraba con un vocablo de esa familia lingüística.
Comparación bantú y conclusión
En suma, la religión tradicional Boma Nku encajaba en el patrón bantú: un Dios distante con un poder abstracto, numerosos espíritus menores (ancestros, de la naturaleza, brujas, etc.) y rituales tanto familiares como comunales.
El énfasis en la unidad cósmica mediante Ntu, la veneración de ancestros y la naturaleza como fuerzas vivas coincide con lo observado en otros grupos bantúes del África central.
Comparativamente, por ejemplo, los vecinos Teke o Kongo muestran estructuras religiosas análogas (un dios supremo del cielo y cultos a los antepasados), lo que indica raíces comunes en la región del Kasai.
Todas las fuentes consultadas señalan que antes de la llegada del cristianismo, la vida espiritual Boma giraba en torno a la armonía con lo ancestral y lo natural, manteniendo vivo el legado de sus ancestros y el espíritu del lugar mediante ritos y costumbres transmitidos oralmente.
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