miércoles, 25 de junio de 2025

Pueblo Lemba Bantu Historia Secreta

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En la ruta de Sena: la historia secreta del pueblo Lemba

Por Tata Moshe Mano Izquierda Nsuku Ya Nkama

En lo profundo de las sabanas del sur de África, donde el polvo se funde con la memoria y los árboles de baobab custodian el tiempo, habita una nación que guarda un secreto milenario. Son los Lemba, un pueblo bantú cuyo pasado no solo se halla en las montañas de Zimbabue o en los valles de Limpopo, sino también en las arenas sagradas del antiguo Yemen. Su historia no es solo migración: es religión. Su identidad, no solo cultura: es un linaje espiritual que atraviesa continentes y siglos.

Los Lemba se definen por una convicción ancestral: descienden de sacerdotes y comerciantes semitas que salieron de un lugar llamado “Sena”, probablemente la ciudad de Sana’a, y cruzaron el mar hacia África oriental hace más de mil años. No llegaron como conquistadores, sino como portadores de un fuego sagrado. Lo que transportaban no eran ejércitos, sino leyes; no riquezas, sino una religión que, aunque distinta de la de sus vecinos africanos, ha resistido al paso del tiempo como un pacto secreto entre generaciones.

En el corazón de su religión está el culto a Nwali, una deidad invisible, suprema, indivisible. No es un dios africano más. Nwali no tiene imagen ni ídolos, no vive en bosques ni montañas, no se representa ni se encarna en animales. Nwali es eterno, justo, creador, omnipresente. El concepto mismo de este dios invisible los distingue radicalmente de los pueblos animistas o politeístas del entorno. Para los Lemba, Dios es uno, y su naturaleza recuerda al El-Shaddai hebreo o al Allah islámico. Es un monoteísmo arraigado no en la teología escrita, sino en la costumbre viva.

Desde la infancia, los Lemba aprenden que su pueblo fue elegido para custodiar ese conocimiento sagrado. Y lo hacen a través de una estructura religiosa férrea, transmitida de boca en boca. Solo ciertos clanes —en especial el clan Buba, considerado de linaje sacerdotal— tienen permitido realizar ciertos ritos, tocar objetos sagrados o dirigir sacrificios. La práctica de la circuncisión es central, realizada con gran solemnidad al octavo día o durante la adolescencia, en ceremonias que marcan la entrada a la vida adulta y la aceptación del pacto ancestral con Nwali.

Uno de los elementos más llamativos de su sistema religioso es el estricto código alimentario. Al igual que los antiguos israelitas, los Lemba tienen prohibido consumir carne de cerdo, sangre, animales no sacrificados correctamente o pescados sin escamas. Estos tabúes no son simbólicos: son sagrados. Se castiga su violación con penas que pueden llegar a la expulsión de la comunidad. Su sistema de pureza ritual, especialmente en torno a la alimentación, la sexualidad y el contacto con la sangre o la muerte, recuerda sorprendentemente al del Levítico bíblico.
Pero el símbolo más poderoso de su fe es el Ngoma Lungundu, el “tambor que truena”. Más que un instrumento, es una reliquia de poder divino. Según la tradición, el Ngoma es una réplica del Arca de la Alianza, traída por sus antepasados desde Sena y escondida en cuevas hasta tiempos recientes. Solo los sacerdotes del clan Buba podían tocarla. Su sola presencia era temida. Se decía que quien la tocara sin estar limpio espiritualmente moría en el acto. Se usaba en las guerras para asegurar la victoria, y su desaparición fue vista como un castigo divino por la corrupción del pueblo.

El profesor Tudor Parfitt, tras una búsqueda de años, encontró una versión del Ngoma Lungundu en una cueva en Zimbabue y luego en un museo en Harare. Estudios de carbono dataron el artefacto del siglo XIV, y su forma, modo de uso y simbolismo lo relacionan estrechamente con las descripciones bíblicas del Arca.

Pero ¿cómo saber si realmente son descendientes de israelitas? La ciencia, una vez escéptica, hoy comienza a dar respuestas afirmativas. Estudios genéticos del cromosoma Y en varones Lemba, especialmente en el clan Buba, mostraron una frecuencia anómala del haplogrupo J, el mismo que se encuentra en poblaciones judías y árabes. Aún más significativo, una alta proporción portaba el haplotipo modal Cohen, marcador genético específico del linaje de los sacerdotes judíos (cohanim), descendientes directos de Aarón.

Este descubrimiento no fue solo un dato para los científicos. Para los Lemba, fue la validación biológica de algo que sabían desde siempre. No solo están ligados espiritualmente al Dios de Israel. Son parte de su linaje sacerdotal.

A pesar de ello, la mayoría de los Lemba hoy se encuentran en una tensión entre lo ancestral y lo moderno. Muchos profesan el cristianismo o el islam, producto de siglos de evangelización e islamización en África. Pero aún dentro de esas religiones, mantienen prácticas rituales propias. La minoría más conservadora, que no supera los 2 000 miembros, vive un renacer de su religión original: sin sinagogas, sin Torah escrita, sin rabinos, pero con un sentido de sacralidad vivido con intensidad, como una ley tatuada en el alma.

“Para nosotros, la religión no es doctrina. Es cultura. Es herencia. Es obediencia a los ancestros y a Nwali”, me dijo en entrevista un anciano del clan Buba, en un pueblo al norte de Limpopo. “No tenemos libros, pero tenemos memoria. No necesitamos templos, porque nuestro cuerpo es templo.”

Esa es, tal vez, la lección más profunda del pueblo Lemba. En un mundo donde las religiones muchas veces se transforman en burocracias y dogmas, los Lemba viven la fe como acto de pertenencia, como identidad de sangre, como resistencia cultural. Su religión no busca conquistar. Busca recordar. No quiere imponer. Quiere preservar.





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