viernes, 20 de junio de 2025

Ifẹ́ no ha caído: resistencia, trascendencia y presencia viva del pueblo yoruba

Ifẹ́ no ha caído: resistencia, trascendencia y presencia viva del pueblo yoruba
Por Tata Moshe, Mano Izquierda


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Introducción

El pueblo yoruba no es una minoría africana desplazada por el curso violento de la historia. Es una civilización con estructura espiritual, memoria ritual y sistema de pensamiento propio. Desde los centros sagrados de Ifẹ́ y Ọyọ́ hasta los altares de Salvador de Bahía, La Habana y Veracruz, la nación yoruba ha sabido sostener su identidad no como una reliquia etnográfica, sino como un cuerpo vivo que atraviesa el tiempo con conciencia de sí.

Este ensayo es un acto de afirmación. La historia del pueblo yoruba no puede seguir narrándose como la historia de lo perdido. Es la historia de lo dispersado que no se disolvió, de lo violentado que no fue vencido. Es la historia de una civilización que ha resistido a la esclavización, al cristianismo impuesto, al colonialismo europeo y a la modernidad homogeneizante, y que hoy sigue hablándole al mundo desde su propio centro espiritual: el Àṣẹ.


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Cosmología yoruba: pensamiento y estructura

En la cosmovisión yoruba no hay separación entre lo visible y lo invisible. El mundo no está dividido entre materia y espíritu, sino sostenido por relaciones vivas entre niveles distintos de existencia. En la cima se encuentra Olódùmarè, el principio supremo, impersonal e inaccesible, cuya voluntad se manifiesta a través del Àṣẹ: fuerza vital que atraviesa todos los planos del cosmos.

Los Òrìṣàs no son dioses en el sentido occidental, sino energías diferenciadas que median entre el ser humano y el orden universal. Representan arquetipos, funciones cósmicas y caminos del destino. Cada Òrìṣà tiene su historia, su elemento, su canto, su danza, su sacrificio. A través del Ifá —sistema de adivinación y sabiduría— el pueblo yoruba se comunica con esas fuerzas, lee los signos del tiempo y ordena su vida en consecuencia.

Esta cosmología no es simplemente espiritual: es política, estética, ética. No es una superstición a la que se acude en la desesperación, sino un sistema riguroso que forma linajes sacerdotales, organiza el calendario ritual y modela el lenguaje cotidiano. La palabra no es ornamentación: es acción. Quien habla con Àṣẹ transforma el mundo.


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De la captura al altar: la diáspora como continuidad

La trata esclavista transatlántica dispersó a millones de africanos por el Caribe, América del Sur y del Norte. Entre ellos, una gran cantidad eran yoruba, aunque en las plantaciones se les redujera a etiquetas como “nagô” o “lucumí”. Pero la identidad no desapareció con el cambio de nombre. La espiritualidad yoruba no fue derrotada: se camufló, se rearticuló, se defendió desde el silencio y la máscara.

En Cuba, los Òrìṣàs fueron cubiertos con imágenes de santos católicos. Changó con Santa Bárbara. Ochún con la Virgen de la Caridad del Cobre. Obatalá con la Virgen de las Mercedes. Pero la estructura interna del rito se conservó. La Santería no es un simple sincretismo: es una estrategia de resistencia espiritual. La lengua litúrgica, los rezos, los tambores, los tronos, las iniciaciones: todo habla de una continuidad.

En Brasil, el proceso fue distinto pero no menos profundo. El Candomblé se convirtió en un sistema institucionalizado de preservación yoruba. Los terreiros se transformaron en espacios de poder, cuidado y transmisión. Allí, el nombre del Òrìṣà no fue ocultado: fue invocado en voz alta. La lengua ritual se mantuvo activa. Las madres de santo, iyalorixás, no fueron auxiliares: fueron cabezas, autoridades legítimas dentro y fuera del templo.


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Veracruz: territorio de memoria encubierta

En México, y en particular en la región de Veracruz, la presencia yoruba fue menos numerosa pero no por ello menos significativa. A través del comercio esclavista entre La Habana, Cartagena y Veracruz, llegaron africanos de diversas naciones, entre ellos muchos de origen yoruba. Su rastro quedó registrado en nombres, músicas, rituales y formas de medicina tradicional que aún perduran en el sotavento.

Aunque en Veracruz no se desarrollaron estructuras rituales tan visibles como en Cuba o Brasil, la memoria yoruba persistió en las prácticas de curandería, en las celebraciones sincréticas como la de San Benito, en los toques de tambor y en las narrativas orales transmitidas en comunidades negras e indígenas. Hoy, nuevas generaciones de afroveracruzanos están redescubriendo esa herencia, no como símbolo decorativo, sino como raíz.

La africanidad veracruzana no es una invención tardía: es una historia encubierta, que durante siglos sobrevivió en los márgenes, en los patios, en las abuelas que sabían curar con la palabra y con el humo. El reconocimiento contemporáneo de la herencia yoruba en México es también un acto de justicia espiritual.

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Trascendencia, no folclore

El mayor error de la academia occidental ha sido reducir al pueblo yoruba a objeto de estudio. Clasificarlo como “grupo étnico”, “religión animista” o “expresión sincrética” es no entender que se trata de una civilización en pleno ejercicio de su soberanía espiritual. El pueblo yoruba no ha vivido de la nostalgia: ha vivido de la reactivación constante de sus principios.

El Àṣẹ no es una teoría: es una fuerza que sigue moviendo cuerpos, palabras, decisiones, comunidades enteras. La diáspora yoruba ha producido no solo resistencia cultural, sino también pensamiento, estética, política. Fela Kuti no fue solo músico: fue heredero consciente de una visión del mundo. Cada santero, cada babaláwo, cada iyalorixá que actúa con conciencia está sosteniendo un universo que no se ha quebrado.

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Conclusión

Ifẹ́ no ha caído porque nunca dependió del territorio para existir. Ifẹ́ está donde se invoca con claridad. Donde un Òrìṣà es alimentado con canto, donde el Àṣẹ se respeta en la palabra, donde el rito se cumple no como espectáculo sino como necesidad del alma. El pueblo yoruba no fue vencido. Fue llevado a otros suelos para expandir una visión profunda de lo humano.

Hoy, en medio de la globalización, del racismo estructural y de los intentos por neutralizar lo espiritual, el legado yoruba se mantiene activo, dinámico, real. No necesita ser rescatado: necesita ser escuchado.

Y mientras quede uno que sepa su nombre verdadero, el pueblo yoruba seguirá de pie.


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