Al-Andalus: Justicia para una Memoria Prohibida
Por Tata Moshe Mano Izquierda Nsuku Ya Nkama, Tercera Raíz México
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Introducción
Cuando se habla de España, aún pesa sobre la historia oficial una narrativa de pureza cultural, de Reconquista triunfal y de unidad bajo una fe y una lengua. Sin embargo, oculto bajo siglos de silencios, estigmas y nacionalismos, existe un cuerpo civilizatorio olvidado: al-Andalus. No como anécdota exótica o accidente histórico, sino como uno de los momentos más elevados de la experiencia humana en suelo europeo. Al-Andalus no fue simplemente la “España musulmana”; fue un proyecto civilizacional pluralista, un cruce de caminos entre África, Oriente y Europa, donde florecieron el conocimiento, la tolerancia jurídica, la espiritualidad y el arte.
Este ensayo es una defensa de esa memoria. Una reivindicación intelectual, espiritual y política del legado islámico en la Península Ibérica, que trasciende los siglos y las fronteras. Recordar al-Andalus hoy no es acto de nostalgia: es un acto de justicia histórica y cultural ante una herencia negada.
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Al-Andalus: más que una conquista
La llegada de Ṭāriq ibn Ziyād en el año 711 no fue simplemente una irrupción militar, sino el inicio de una transformación profunda de las estructuras sociales, políticas y culturales del territorio ibérico. El mundo visigodo, debilitado por conflictos internos, fue sustituido por una visión diferente del poder: el Islam como orden político y espiritual. Pero reducir esta llegada a un “choque de civilizaciones” sería un error. Al-Andalus fue, desde sus inicios, una realidad híbrida, donde bereberes, árabes, ibéricos, judíos, cristianos y esclavos africanos se encontraron, chocaron y coexistieron.
Este carácter plural no se impuso por fuerza, sino que se construyó a través del derecho, de la administración urbana, de las relaciones interreligiosas y del intercambio científico. Al-Andalus, más que una simple extensión del califato, fue una civilización en sí misma. Una que, a lo largo de ocho siglos, produjo una de las expresiones más ricas de lo que significa vivir juntos sin anular las diferencias.
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Pluralidad legal y espiritual: un modelo olvidado
Uno de los elementos más notables del orden andalusí fue su arquitectura jurídica de la diversidad. Las comunidades cristianas (mozárabes) y judías (ahdān) eran reconocidas como pueblos del Libro (ahl al-kitab), con derecho a mantener sus costumbres, leyes religiosas y liderazgo comunitario a cambio de lealtad fiscal. Este modelo de autonomía relativa, que hoy llamaríamos pluralismo jurídico, permitió que distintos pueblos coexistieran sin la necesidad de uniformarse. No era una utopía, pero sí una alternativa histórica concreta al dogma de la homogeneidad moderna.
En paralelo, la espiritualidad islámica floreció en formas que desbordaron la ortodoxia. Místicos como Ibn Masarra o Ibn ‘Arabi no solo escribieron sobre el alma y la divinidad, sino que tejieron puentes entre el pensamiento griego, la teología islámica y las filosofías orientales. La experiencia religiosa en al-Andalus no fue una serie de dogmas, sino un territorio vivo de interpretación, visión y éxtasis.
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Ciencia, arte y lengua: la otra herencia europea
Al-Andalus fue también un laboratorio de innovación. En sus madrasas y bibliotecas se tradujeron textos clásicos, se comentaron los saberes de la India, se perfeccionaron los instrumentos astronómicos, y se escribió poesía con una sensibilidad que aún hoy asombra. Sin al-Andalus, Europa no hubiera tenido a Averroes comentando a Aristóteles, ni la medicina de Ibn Zuhr, ni los tratados de álgebra de Al-Khwarizmi traducidos al latín.
El castellano actual, con sus miles de arabismos, da testimonio de esta herencia no reconocida. Palabras como “ojalá”, “almohada”, “alquimia” o “zanahoria” son los fantasmas lingüísticos de una civilización que habita nuestra cotidianidad sin ser nombrada.
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Expulsión, olvido y resistencia: la sombra tras el esplendor
La toma de Granada en 1492, ese símbolo tan celebrado por la historia oficial, fue en realidad el inicio de una larga agonía cultural. La promesa de los Reyes Católicos de respetar la fe musulmana fue traicionada en pocos años. La conversión forzada, la represión inquisitorial, y finalmente la expulsión de los moriscos entre 1609 y 1614 constituyen uno de los capítulos más oscuros del mundo moderno.
Pero incluso bajo la represión, la memoria de al-Andalus no murió. Sobrevivió en los gestos secretos, en la escritura oculta en aljamía, en las recetas de cocina que mezclaban cordero con agua de rosas, en los nombres mudos de lugares como Guadalquivir, Almería o Benalmádena. Resistió en los márgenes, como un río subterráneo que nunca dejó de fluir.
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Conclusión: una memoria para el presente
Pensar al-Andalus hoy no es un acto de arqueología. Es un ejercicio de descolonización de la memoria. En un mundo que clama por muros, por purezas culturales, por religiones exclusivistas y políticas de identidad cerradas, al-Andalus ofrece otra imagen: la del mestizaje como origen, no como desviación. La del Islam como parte constitutiva de lo europeo. La de la diferencia como posibilidad de justicia.
Desde la raíz afrodescendiente y desde la experiencia de la diáspora, reconocer a al-Andalus es también recuperar una parte robada de nuestra genealogía espiritual. Porque la herencia de al-Andalus no pertenece a España, ni al Islam, ni a la historia medieval. Pertenece a la humanidad.
Y es por eso que recordarla no es nostalgia.
Es justicia.
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